Quizá el agua acabe por limpiar todas las esperas que perdimos un día.
Esas esperas que no llegaron
y que acumuladas en silencios
sopesan mis huidas.
Sí, a veces siento que huyo en un tren sin retraso,
cuya salida queda detrás de cuarenta escalones y medio
subidos a media luz.
A veces sólo escucho mi silencio,
un silencio sin paredes ni complejos,
y susurro despacio,
sabedora de los caminos impuestos
y de los lados acomodados.
El compromiso me asaltó hace tiempo
un día de caos y sombrero,
justo a las diez y diez cuando las alarmas suenan
y te recuerdan que hay que volver a casa.
No sé si tengo todas las piezas para jugar a este juego descompuesto e inhumano,
que cercena sombras
y las coloca lejos como si no existieran
ni en los huecos de tus abrazos.
Esos huecos que afinan la puntería de tu ausencia
que ahogan mis identidades en un mar estrecho de sueños,
que algunos son los míos,
y que comienzan a apretarme las suelas del zapato.
Pocas veces pienso en ti, pero son muchas todavía,
Y retraso el calendario para borrar la impunidad de mi pensamiento.
Y las secuencias y sucesos que comienzan los acumulo en frascos pequeños.
Mis carambolas me salvan, me ayudan a descansar mis pies
Y me obligan, otra vez, a poner mi boca en la manzana.©